Estamos viviendo unos tiempos convulsos, históricos. Tal vez nunca nos habíamos enfrentado a algo así -o tal vez nuestra memoria cortoplacista no nos permite recordarlo-. Nunca nos habiamos visto en la obligación de encerrarnos en casa y no poder salir por algo que nuestros ojos no llegan a ver, nunca nos habíamos visto en la obligación de parar nuestro cotidiano de una manera tan brusca, nunca nos habíamos visto con tanto tiempo vacío sin poder llenarlo con nuestras rutinas diarias que muchas veces nos acunan placidamente.
Todo esto ha llevado a que haya un superávit de la cultura; todo es cultura, todo es creación, todas las personas son creativas. ¿Qué puedo hacer? Escribir un libro, componer una canción, escribir un guión de una película que será nuestro próximo gran éxito, hacer un directo de Instagram para que la gente desde sus casas pueda estar viendo algo, impartir una sesión de deporte, ofrecer un concierto en mi ventana, y una larga lista de tareas posibles desde el ser creativo. Vemos incluso cómo las plataformas de VOD (video on demand) han incrementado sus usuarios notablemente. Tenemos exceso de cultura. Cultura del entretenimiento, cultura para olvidar lo que estámos viviendo, o para «hacerlo más ameno». Pero se nos olvida la crítica, o la realidad, o el análisis socio-económico-político de la situación de la cultura en este estado.

(Sin título), 2016. Fotografía: David G. Ferreiro
Todo esto nos está llevando a una autoexigencia que creemos que sale de nosotras mismas, pero se nos olvida que la influencia nos carcome por dentro. ¿Por qué es necesario hacer algo? Es más, ¿por qué es necesario hacer algo más de lo que hacíamos como si de una obligación se tratase? Nos vemos en la situación de que ahora tenemos «más tiempo libre» para hacer lo que nos apetezca, ¿y lo que más nos apetece es producir cultura gratuita? El ser humano ha entrado en un periodo de autoexplotación, de ofrecer cultura por nada, de pretender dar valor a algo quitándoselo. Tal vez se nos olvida que la cultura es la gran castigada a lo largo de la historia, que nunca ha sido reconocida la cultura más allá de un elemento que entretiene y, por desgracia, les estamos dando la razón. Les estamos entreteniendo.
Mientras todo esto ocurre y se entretiene a la gente en sus hogares, José Manuel Rodríguez Uribes, Ministro de Cultura, durante su primera comparecencia pública durante esta crisis de la COVID-19, agradecía por ello a los gestores e instituciones culturales (se olvida de las pequeñas apuestas artístico-culturales que trabajamos en los territorios), por llevar el talento a las casas, por entretener al pueblo. ¿Qué hace el ministerio por la cultura? Nada. Dar las gracias. Limosnas. Mientras tanto, el sector cultural pide a gritos que se visibilice la crisis económica que se está viviendo en el.
¿Por qué existe ese pensamiento de que los artistas y la cultura siempre deben vivir del aplauso? Los aplausos alimentan el alma, pero además de alimentar el alma hay que pagar las facturas, comprar para comer, pagar el alquiler o la hipoteca, seguir viviendo -o más bien sobreviviendo, porque de la cultura duramente se vive-, nuestra querida cuota de autónomos, y otros tantos gastos de la vida más.
Hemos atravesado un apagón cultural cortado a las pocas horas por una promesa aún inexistente y, mientras tanto aquellas personas que amamos el crear, la cultura participativa, y el contacto con las gentes, seguiremos pensando cómo carajo vamos a volver a la acción cuando tengamos que seguir trabajando a un metro de las personas. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Habrá que volver a reinventarse y volveremos a ser «aventureros/as»?
El ministro empezó dando las gracias reiteradamente a gestores e instituciones culturales por llevar su talento a “las casas” de los ciudadanos, a través de la enorme oferta artística que se ha multiplicado en Internet en las últimas semanas: “Están haciendo una labor fundamental, también de soporte de nuestro confinamiento”. Rodríguez Uribes también destacó “compromiso, solidaridad y comprensión” […]
Koch, 2020.

Tranvía Depot, 2017. Fotografía: MaxxGirr
Es por esto que, si la vida -aunque tal vez no es la vida, sino nosotros mismos y la globalización la que nos ha llevado a estar en esta situación (pero esto ya es otro tema)- nos ha dado un momento de parón, debemos aprovecharlo para parar realmente. Dejar de compartir, dejar de producir, dejar de gritar un «estoy aquí, ¡mirame!», para pasar al pensar/detenerse de verdad.
Mientras tanto, seguiremos esperando y pensando que el verdadero cambio social está llegando. Y cuando todo pase -ojalá me equivoque-, la cultura seguirá siendo lo último. Y no digo que no haya que ser solidario y regalar cultura, hay que hacerlo, pero siendo conscientes y coherentes con nuestra situación actual y la de la crisis posterior a la sanitaria que arrasará con muchos pequeños espacios/proyectos culturales.
David G. Ferreiro
Día 28 de la nueva era
12 de abril de 2020
Koch, T. (7 de abril de 2020). El País. Recuperado de: https://cutt.ly/htZ1bxF