El Progreso o evolución pasa por el hecho de ir destruyendo para construir sobre lo previamente existente. Durante siglos se han ido construyendo templos sobre templos, espacios sagrados en el mismo lugar que ocupaba otro -iglesia sobre sinagoga, sinagoga sobre mezquita, mezquita sobre templo y un largo entramado de construcciones y deconstrucciones-. A esto se le daba el cariz de que estos nuevos espacios eran construidos sobre un lugar simbólico/sagrado y, por lo tanto, debía estar ahí ocupando ese mismo lugar.
Hoy en día el Progreso, o lo que nos vendieron como tal, es un acto de amor a la economía, un acto de amor a la productividad, un acto de amor a la moneda. Pero muchas veces olvidamos el hecho que el Progreso es destructivo, el Progreso es un ente aniquilador de la memoria, de lo común, de lo cotidiano. El Progreso es romper con el pasado para labrar un «futuro mejor».
Pero todo esto, todo este romper con el pasado, al ser humano se le está escapando cual puñado de polvo con el que pretender construir. Estamos olvidándonos de nuestra historia más reciente, de nuestro origen, de aquellos elementos que definen quiénes somos y que nos recuerdan cómo hemos habitado un territorio hasta el momento.
Proceso
Sin ir mas lejos, días atrás paseando por el Arroyo Niebla (Plasencia, Cáceres), quedaba fascinado por unos enormes secaderos que existían junto a este camino. Un entramado de pilares de ladrillo, vigas y alambres que recorrían las arterias de este cuerpo. Un cuerpo atravesado, un cuerpo que permitía que el interior y el exterior fuesen uno. Unas viejas ruinas que nos hablaban del lugar, de lo que había sido, del cultivo cercano, del espacio de procesado.
Cuando uno se queda fascinado con un elemento arquitectónico comienza a dejar volar su mente y empieza a completarlo, a rellenarlo, a re-habitarlo. Por mi cabeza se pasaron tantas opciones como fueron posible, empezando por la rehabilitación del lugar para evitar su desmoronamiento tras años de desuso.
Progreso
Pero, infeliz de mí, entre tanto proceso se me había olvidado el Progreso. Una semana después de repente todo se había ido, todo se había convertido en un amasijo de maderas, ladrillos, árboles muertos, y alambres, muchos alambres. ¿Dónde quedaba aquel espacio soñado como un elemento que nos permitiría reconocernos en el territorio? ¿Dónde quedaba nuestro faro de Alejandría para iluminar y no olvidar el lugar de dónde venimos?
Se lo habían llevado, solo quedaban montañas de recuerdos. El patrimonio cultural/industrial que rodea al campo está desapareciendo, ya no es «útil», ahora simplemente son ruinas del pasado que molestan en medio de un territorio que se puede explotar más aún, que se puede seguir exprimiendo hasta el final.
¿Dónde quedaba nuestra memoria? Se la habían llevado. Solo quedaban montañas de Progreso.